No tiene precio

La historia demuestra que las Islas Canarias son un un mosaico de identidades. Nuestro archipiélago, que se extiende como un trazo caprichoso en el mapa, a caballo entre dos mundos y bañado por las aguas del Atlántico, alberga un remanso de historia y tradiciones, de lenguas y sabores, de arte y naturaleza. Un lugar tan diverso como los vientos que lo acarician.

Pero no nos engañemos. Proteger y reivindicar la cultura canaria no es una cuestión meramente romántica, ni mucho menos un capricho de eruditos. Es un imperativo, una necesidad vital, un deber colectivo para mantener viva la esencia de estas islas. Debemos aplaudir cada una de las normas y leyes que se crean desde los poderes públicos para proteger la cultura, aunque no sin cierta cautela, porque la protección de nuestra cultura no puede ser una tarea solo del gobierno. Nos pertenece a todos nosotros, a cada uno de los habitantes de este archipiélago.

Y no hablemos solo de protección, hablemos también de reivindicación. De valorar y promover nuestros productos autóctonos, de convertir nuestras tradiciones en un motor de desarrollo económico y un atractivo turístico. Pero sobre todo, queridos canarios, hablemos de orgullo. De conocer nuestras raíces, de aprender sobre nuestra historia y tradiciones. De transmitir este conocimiento a las generaciones futuras. De valorar nuestra cultura y estar orgullosos de ella.

Porque proteger y reivindicar la cultura canaria es, en última instancia, proteger y reivindicar nuestra identidad, nuestra esencia. Es nuestra responsabilidad colectiva garantizar que esta rica herencia cultural se preserve y se celebre ahora y en el futuro. Porque, al fin y al cabo, la cultura canaria somos todos nosotros. 

Y eso, amigos míos, no tiene precio.

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